Conocimiento de Sí Mismo (45) Capítulo XV.- Papel de Atma en nuestra Vida (4)

La conciencia individual que trabaja en los planos inferiores, al identificarse con sus vehículos desarrolla una personalidad o falso “yo” que sigue sus propios caprichos e inclinaciones en vez de cooperar con la Voluntad Divina en el cumplimiento del propósito Divino. La fuerza que dirige y controla a este yo inferior es el Deseo, bajo cuyo potente ímpetu tiene lugar la evolución en las primeras etapas de la vida humana. Más adelante, en las etapas finales del ciclo evolutivo, despunta en el hombre la conciencia espiritual, y entonces comienza una lucha entre los Deseos de la personalidad y la Voluntad del Yo Espiritual. Esta lucha continúa con creciente intensidad hasta que el Deseo queda completamente destronado y la Voluntad del Yo Espiritual reina suprema.

Como ya se estudió esta relación entre el Deseo y la Voluntad en el capítulo sobre las funciones del cuerpo emocional, no es necesario decir más a este respecto; pero quizá vale la pena dar uno o dos ejemplos de la confusión que con frecuencia se encuentra en la gente sobre este tema. A veces encontramos personas capaces de perseguir tenazmente cualquier objeto en que han puesto su corazón, hasta conseguirlo por encima de todas las dificultades. A esas personas se las considera como hombres de gran poder Volitivo, y en cierto sentido lo son. Pero en tales casos recordemos que la persecución de esa clase de fines está asociada con el egoísmo y la falta de sabiduría, y por tanto el fenómeno queda reducido al plano del Deseo. No obstante la similaridad externa y que la fuente de energía es la misma ya se trate de Deseo o de Voluntad, no es correcto considerar tales casos como manifestaciones de la Voluntad espiritual. En efecto, la obstinación ordinaria que también se confunde a veces con el poder Volitivo, es realmente síntoma de una Voluntad débil; es la manera natural como reacciona una persona que todavía no ha adquirido la confianza necesaria para enfrentarse a las situaciones conforme se le presenten, y por tanto se aferra tercamente a cierta línea de acción, contra toda razón y sentido común. Esa debilidad, oculta bajo la máscara de fortaleza, sucumbe a veces ante una contrariedad o un cambio completo en el curso que la persona ha estado siguiendo, por cualquier incidente trivial que se presenta.

Otro punto importante que debemos captar con claridad para entender la función de Atma, es la relación entre Voluntad y Acción. La psicología moderna reconoce la naturaleza íntima de esta relación, y algunos psicólogos llegan hasta decir que la función principal de la Voluntad es suministrar el poder motriz para la Acción. La relación entre Voluntad y Acción puede compararse con la relación entre energía potencial y energía cinética. En una batería, la energía está presente en forma potencial a cierto voltaje, y permanece potencial mientras un medio conductor no junte los terminales. Al juntarlos por medio de un alambre, la energía potencial se convierte en energía cinética. En el centro de todo ser humano la Voluntad Divina está presente como una energía potencial de infinito voltaje; se manifiesta como Deseo en las primeras etapas de la evolución humana conforme se desarrollan los vehículos inferiores, y provee el poder motriz para la acción ordinaria; se manifiesta como Voluntad espiritual en las etapas avanzadas de la evolución, y es entonces el poder motriz de Nishkamakarma.

La relación íntima entre Voluntad y Acción se ve también en el modo notable como la Acción fortalece la Voluntad, o, mejor dicho, la capacita para expresarse mejor. La expresión “fortalece la Voluntad” no es bien correcta, porque la Voluntad es la fuente de toda fortaleza y nada puede por lo tanto fortalecerla. La observación corriente, lo mismo que las investigaciones en psicología, han mostrado muy concluyentemente que la Acción desempeña un papel muy importante en el desarrollo del carácter. Es cierto que los pensamientos y emociones tienden a materializarse en actos, y que para cambiar nuestro carácter tenemos que reformar también nuestros hábitos mentales y emocionales, pero uno de los hechos más importantes que se han descubierto en relación con la edificación del carácter es que mientras no se logre expresar en actos correspondientes los pensamientos y emociones, no puede efectuarse ninguna mejoría básica en nuestra vida. El camino al infierno está proverbialmente pavimentado con buenas intenciones. Es muy bien conocida la total insuficiencia de formarse buenas intenciones, en personas que meramente se contentan con el deseo de reformarse. El mero deseo o la imagen mental es una fuerza casi ineficaz mientras permanezca en el campo de la mente; pero cuando se expresa en acción, todo el mecanismo interno de nuestra vida se galvaniza e inmediatamente se liberan energías que producen el cambio deseado y lo incorporan permanentemente en el carácter.

Veamos el caso de un avaro que quiere desarrollar generosidad; piensa en hacer obras de caridad, día tras día; se imagina practicándolas en su vida diaria; pero no hace ninguna obra de caridad. ¿Se ha acercado a su ideal? ¡No! Pero que en realidad le dé algo a un necesitado, y entonces veremos el resultado: cambia apreciablemente su carácter con la sola ejecución de ese acto, y todo el mecanismo de su vida interna empieza a moverse. Claro que tendrá que repetir un número de veces esa clase de actos, antes de que esa modalidad se incorpore a su carácter. Cierto es que cada vez que piensa en hacer actos de caridad se le hace menos difícil realizarlos. Pero es la acción caritativa la que inicia el proceso de cambio y precipita las fuerzas mentales para crear el hábito. Sin esta acción la mente puede saturarse de la idea de caridad, sin que ocurra ningún cambio definido.

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