"Curso Introductorio a la Teosofía" (4) L.1-3 El Plan Divino y el Propósito de Vida.- La Mónada
Resumiendo, la primera oleada da origen a la materia: la segunda
construye las formas: y la tercera, correspondiente al Padre o
Primera Persona en la Trinidad trae consigo las mónadas que así
comienzan su largo peregrinaje en pos de consciencia individual.
(Conviene aquí aclarar que estas mónadas lo son solo en latencia,
el término apropiado siendo en realidad “rayos monádicos” de la
única Mónada Universal, es decir, el Logos. Serán mónadas
propiamente tales sólo cuando alcancen un desarrollo comparable
al de su Originador, algo que está bastante más allá de la etapa
humana de la evolución).
El término “mónada” proviene de la palabra griega “monos”, que
significa “uno e indivisible”. Desde el punto de vista filosófico la
mónada humana es el microcosmos o unidad ultérrima. En
Teosofía el término se utiliza para designar al Yo espiritual e
inmortal, aquél que después de un largo peregrinaje por las formas
de los reinos inferiores de la Naturaleza, pasa finalmente al reino
humano y posteriormente a estados más avanzados. En los reinos
inferiores no puede aun expresar consciencia individual, pero al
ingresar al reino humano un cambio drástico tiene lugar: la
individualización, es decir, brota la conciencia del YO, inexistente
en los reinos mineral, vegetal y animal. El punto focal de este
nuevo estado de conciencia es lo que en Teosofía se conoce como
el Ego Espiritual, extensión de la mónada humana que las
religiones llaman Alma. Se puede decir entonces que el Ego
Espiritual nace al pasar la mónada humana o “rayo monádico” del
reino animal al reino humano. Es ese momento el que da origen al
Ego Espiritual portador de la consciencia individual que se irá
expandiendo gradualmente hasta transformarse definitivamente en
Mónada Individual.
La mónada ha sido definida también como “un fragmento de la
Vida Divina”, separado de ella por una finísima película de
materia; esta materia es tan sutil que, así como permite la
separación entre una forma y otra, no ofrece en cambio dificultad
alguna a la libre comunicación de la vida monádica con otras
unidades similares manifestando la Vida Divina. H.P. Blavatsky
define la mónada como “consciencia más materia”, pero, como
puede colegirse de lo expresado en el párrafo anterior, la mónada
no está consciente de nada. Casi se la podría definir como un
potencial espiritual no diferenciado a punto de embarcarse en un
peregrinaje larguísimo para desarrollar ese potencial, y del cual
emergerá con una consciencia totalmente diferenciada, expandida
y enormemente enriquecida. Tal realización la obtiene a través de
las limitaciones y constantes impactos que imponen los mundos de
materia densa.
Se nos dice que estas mónadas potenciales aguardan en su propio
Plano Monádico en espera de que las formas evolucionen de los
reinos mineral, vegetal y animal, en los cuales se va incubando
lentamente y durante largas edades la Vida manifestada; ésta
infunde a las formas la necesidad de extenderse y reproducirse
haciéndolas cada vez más refinadas
y sensitivas, continuamente modificándolas y mejorándolas para
adaptarlas a sus necesidades evolutivas. Es aquí donde puede
observarse claramente aquella “ansia de vivir”, típica de todo en la
Naturaleza, la influencia monádica constituyendo el impulso de la
tendencia hacia la superación, característica que continuamente
incide en la evolución de la vida y la forma.
Cuando las formas se encuentran lo suficientemente evolucionadas
para ser utilizadas como vehículos de consciencia humana, las
mónadas toman posesión de ellas mediante su antes mencionada
extensión, el Ego Espiritual, que a su vez debe reducir
parcialmente su frecuencia vibratoria para poder identificarla con
la lenta vibración de la materia física. Al “descender” las mónadas
hasta el Plano Mental, se encuentran allí con materia mental que ha
estado evolucionando en preparación para este encuentro y, al
unirse con ella, tiene lugar la formación de lo que en Teosofía se
conoce como el Cuerpo Causal, que pasa a constituir el vehículo
más importante de la consciencia humana individual. El Ego, que vive en el Cuerpo Causal, es pues el punto focal de la consciencia
individual como extensión de la mónada, y la personalidad,
representada por los pensamientos, las emociones y las acciones
del individuo, es a su vez una extensión del Ego. El hombre es
pues un ser triple, a saber: la mónada, su extensión el ego, y la
extensión del ego, la personalidad. (Ver diagrama III *). Puede así
observarse claramente que desde la parte más elevada de la
consciencia humana hasta la más baja, existe un cordón
indestructible de comunicación, siendo esto lo que distingue a la
individualidad humana de las formas de aquellos reinos inferiores
al humano, a saber, el mineral, el vegetal y el animal.
Una de las preguntas más frecuentes en Antropología es aquella
que tiene relación con nuestro descenso de los animales en el
proceso evolutivo. Pero de lo expresado anteriormente puede
deducirse que, así como vida – que se ha hecho inseparable de la
consciencia – y las formas (cuerpos) que habitamos evidentemente
evolucionaron hacia su estado actual a través de los reinos
inferiores, la consciencia humana en sí nunca ha sido otra cosa que
humana: nada que podamos llamar “Yo” puede habitar formas de
los reinos inferiores. La consciencia del yo pertenece a la
extensión de la consciencia monádica, y ésta viene a la existencia
física únicamente a través de la individualización y la formación
del Cuerpo Causal.
Para describir la tercera oleada de Vida, se ha utilizado la analogía
de la canilla del agua de un lavabo que deja escurrir el chorro de
agua cuando se abre, representando de éste modo el descenso de la
Vida Divina en respuesta al ascenso de la vida de los planos
inferiores para lograr el encuentro entre ambas. Al producirse este
encuentro, tiene lugar el fenómeno que llamamos “consciencia”.
Permítasenos utilizar nuevamente el ejemplo del hombre que ha sido llevado dormido a la prisión. Al despertar allí el individuo (léase, la vida) se encuentra en posesión de una lámpara con la cual puede encontrar su camino hacia la libertad. Este proceso se conoce con el nombre de individualización y marca la transición desde el simple estado de consciencia colectivo del reino animal hacia el estado de auto-consciencia individual en cuyo comienzo tiene lugar la formación del Alma Humana, que en Teosofía se denomina el “Ego Espiritual”. Y si bien es cierto que esta Alma individual jamás puede ser parte del mundo animal, debe sin embargo considerársela al comienzo como algo inmaduro y en consecuencia aún privado de la completa libertad que constituye su meta fundamental.
* Los diagramas están en el texto original, página 20
http://www.estudiandoteosofia.net/Curso_Escrito/Leccion_1.pdf
Permítasenos utilizar nuevamente el ejemplo del hombre que ha sido llevado dormido a la prisión. Al despertar allí el individuo (léase, la vida) se encuentra en posesión de una lámpara con la cual puede encontrar su camino hacia la libertad. Este proceso se conoce con el nombre de individualización y marca la transición desde el simple estado de consciencia colectivo del reino animal hacia el estado de auto-consciencia individual en cuyo comienzo tiene lugar la formación del Alma Humana, que en Teosofía se denomina el “Ego Espiritual”. Y si bien es cierto que esta Alma individual jamás puede ser parte del mundo animal, debe sin embargo considerársela al comienzo como algo inmaduro y en consecuencia aún privado de la completa libertad que constituye su meta fundamental.
* Los diagramas están en el texto original, página 20
http://www.estudiandoteosofia.net/Curso_Escrito/Leccion_1.pdf
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