Empecemos por la función más simple de la Intuición, esto es, la de la comprensión. El psicólogo moderno considera a la comprensión en su sentido ordinario como una función de la mente. Pero es realmente una función de Buddhi, de la Intuición, principio superior al de la mente. La mente apenas puede combinar las impresiones que recibe de un objeto a través de los sentidos, y con ellas forma una imagen compuesta. Pero a menos que la luz de Buddhi ilumine esa imagen, no podemos comprender ese objeto. Leemos en muchos libros sobre Yoga que las impresiones que se captan del mundo externo por medio de los órganos sensorios se reflejan hacia adentro, primero en la mente, de donde se reflejan en la intuición, y luego la Intuición las presenta al morador interno, la Individualidad. Muchos no entienden lo que significa ese reflejo en la Intuición. Significa que la imagen mental se transforma en una comprensión del objeto representado por esa imagen. La mente inferior o concreta no puede por sí sola comprender ningún objeto; necesita que la luz de la Intuición resplandezca a través de su imagen mental. Según la psicología Oriental, la mente es mecánica y no posee la capacidad de comprender ninguna cosa. Esa comprensión de los objetos que la mente presenta ante la conciencia interna, es una de las funciones primarias y simples de Buddhi. Y esta función está presente desde el mismísimo comienzo cuando el cuerpo Intuicional es todavía rudimentario.
La siguiente función de Buddhi, en orden de desarrollo y relacionada con la anterior, es la que en lenguaje corriente se llama inteligencia. No intelecto, sino inteligencia. Es fácil confundir el uno con la otra. Se trata de dos cosas diferentes, aunque es difícil definir su diferencia. Todos entendemos más o menos la diferencia entre un intelectual y un hombre inteligente. El intelectual tiene su mente bien desarrollada, cargada de hechos, y puede ejecutar fácil y eficazmente varias operaciones mentales. El hombre inteligente es el que posee la capacidad de comprender la significación o la importancia del conocimiento que posee; ha destilado su ciencia y su experiencia, y ha extraído aquella esencia sutil que llamamos sabiduría. Puede ver las cosas como son. Ver las cosas como son, es tal vez la característica más importante de la inteligencia.
Todos sabemos de personas que son muy intelectuales pero poco inteligentes; están constantemente pasando por alto la verdadera significación de cosas y situaciones. Las dos guerras mundiales son una notable lección objetiva sobre esta diferencia entre intelecto e inteligencia, y nos muestran el espectáculo horrendo de lo que el intelecto hace cuando no está iluminado por la inteligencia. Esta diferencia entre intelecto e inteligencia se debe a que el intelecto tiene su origen en la mente sola, mientras que la inteligencia tiene su fuente en el principio Búddhico que supera al mental.
Luego de tratar acerca de estas funciones elementales pero poco reconocidas de la Intuición podemos pasar a algunas otras funciones que se desarrollan en las etapas posteriores de su evolución. Una de estas funciones se llama Viveka o Discernimiento. Frecuentemente leemos en libros sobre Yoga y Teosofía, que sin el desarrollo del Discernimiento no es posible hollar el Sendero. Es, como si dijéramos, el A.B.C. de la vida espiritual. ¿En qué consiste esta facultad de Viveka? generalmente se la define como saber distinguir entre lo real y lo irreal. Pero quizá podemos formarnos una idea mejor si la consideramos como la capacidad de ver la vida y sus problemas como realmente son. Vivimos en un mundo ilusorio sin darnos cuenta de ello. Cuando empezamos a despertar espiritualmente, vamos dándonos cuenta de esas ilusiones. Este despertar y el empezar a reconocer una por una las ilusiones, es Discernimiento.
Aunque suele pensarse que el Discernimiento es diferente de la inteligencia, si examinamos la cuestión mejor veremos que es una forma de inteligencia más desarrollada, más amplia, que opera en un nivel superior. Cuando la luz de la Intuición ilumina los problemas ordinarios de la vida, es inteligencia. Cuando resplandece sobre los problemas más hondos y fundamentales de la vida y descubre sus ilusiones, es discernimiento. Es, pues, una diferencia de grado y de esfera de acción.
De esta relación entre inteligencia y Discernimiento se deriva una idea importante: que para vivir la vida espiritual necesitamos mucho más inteligencia que para vivir la vida ordinaria del mundo. Quien hace de su vida ordinaria un enredijo y muestra poca inteligencia al tratar sus problemas, no es probable que tenga mayor éxito al tratar los problemas mucho más difíciles y exigentes de la vida espiritual. Es necesario dar una voz de alerta a este respecto, porque muchos aspirantes a la vida espiritual creen que cuando se embarcan en la búsqueda de la Verdad pueden dejar en la refrigeradora su inteligencia y que la gracia de Dios les dará todo cuanto les haga falta. Esa es una idea cómoda para los que desean vivir a su gusto en un mundo imaginario; pero no la corrobora la experiencia de quienes se han embarcado en la divina aventura y se ocupan realmente en luchar por dominar su naturaleza inferior y vencer las ilusiones de la vida en los planos inferiores.
Veamos ahora otra función importante de la Intuición: La capacidad de reconocer y entender las verdades de la vida espiritual. Acabamos de ver que el Discernimiento nos capacita para darnos cuenta de las ilusiones de la vida. Pero ese es apenas el lado negativo de una función cuyo aspecto positivo es el reconocimiento directo de las verdades de la vida espiritual, de lo real en contraste con lo irreal. Si llevamos una luz a un cuarto obscuro, no sólo disipamos la obscuridad sino que inundamos de luz la habitación. Del mismo modo, cuando nace el verdadero Discernimiento no sólo nos damos cuenta de las ilusiones de nuestra vida cotidiana sino que también empezamos a obtener destellos de aquellas realidades y verdades ocultas tras de esas ilusiones.
El hecho de que la intuición y no la mente es el instrumento para conocer verdades espirituales, es muy importante y explica muchos fenómenos que observamos en la vida diaria; por ejemplo, la gran diferencia de apreciación y comprensión de las verdades de la vida superior, entre distintas personas. Algunas las comprenden instintivamente, mientras otras las encuentran absurdas y carentes de convicción. Comprenderlas no es cuestión de argumentar o razonar. La Intuición le permite a uno darse cuenta de estas verdades sin pasar por el proceso engorroso de razonar. Mientras uno no desarrolle la Intuición no podrá captar ciertas verdades. Antes se suponía que el intelecto era el juez definitivo en estas cuestiones; pero la psicología Occidental ha tenido que reconocer con desgano la existencia de otra facultad a la que llama intuición.
Además de poder reconocer las verdades sin valerse del intelecto, hay una diferencia en el carácter del conocimiento que se adquiere por la Intuición. Este último se asienta en piso firme y no trepida bajo las cambiantes experiencias y pensamientos del individuo; en cambio, el que se basa en el intelecto sólo está expuesto a ser arrasado o viciado por dudas y desconfianzas. Con frecuencia encontramos personas cuya fe en las verdades de la vida superior flaquea constantemente. Un día están con personas agradables y en un ambiente armonioso, y sienten que el hombre es divino, que todo marcha bien en el mundo y que Dios está en el cielo. Al otro día se encuentran entre aparentes injusticias, reciben trato rudo de sus asociados, y entonces se les evapora la fe y se vuelve amargados y escépticos.
Solamente cuando la luz de la Intuición ilumina claramente nuestras convicciones y nuestra fe, podemos marchar por la vida avanzando hacia nuestra meta sin vacilar, sin que nos afecten vicisitudes y dificultades y persecuciones que nos vengan.
Sin embargo hemos de estar en guardia para no tomar todas nuestras ideas irracionales y a veces tontas como susurros de la Intuición. Es preferible permanecer en el terreno firme aunque árido del intelecto, hasta que nuestra Intuición se haya desarrollado suficientemente y nos ofrezca una guía clara, y no dejarnos llevar por los impulsos y supersticiones que los emotivos equivocan fácilmente con la voz de Dios.
La Intuición no sólo nos capacita para reconocer verdades de la vida superior, sino que también nos da guía confiable para la vida corriente. A todos nos toca encarar diariamente problemas difíciles, y a veces nos parece trabajoso decidir qué camino tomar. El intelecto nos da algunos datos que podemos usar para tomar alguna decisión, pero esos datos nunca son completos pues rara vez conocemos todos los factores de una situación dada. Además, nuestras opiniones y sentimientos previos tienden a parcializar nuestro criterio. Así, nunca nos sentimos seguros de si nuestra decisión es correcta o falsa. ¿Hay algún modo de llegar a una decisión correcta en los asuntos de nuestro vivir? ¿Hay manera de actuar sin yerro bajo toda clase de circunstancias? Sí la hay, pero esta capacidad no puede adquirirse sino desarrollando la Intuición. Siempre hay un modo correcto de hacer cualquier cosa, que significa hacer lo justo en el momento justo y del modo justo sin pasar por los procesos de razonar. La Intuición no nos indicará los detalles; el problema de los modos y medios de actuar tiene que resolverlo la mente; pero sí nos indicará en líneas generales y correctas lo que tenemos que hacer. Cuanto más se desarrolle nuestra vida espiritual y con más constancia brille la luz de la Intuición a través de nuestra mente, más podremos vivir cada momento del día como debe vivirse: en perfecta armonía con la Voluntad Divina.
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