Conocimiento de sí mismo (16) Cap. VI. Funciones del Cuerpo Emocional.

Trataremos ahora la relación entre el deseo y la voluntad. Puede parecerle al lector que estas cuestiones son de interés puramente teórico y por tanto sin importancia para el que quiera renovarse y educarse. Pero no hay tal. El conocimiento que nos permite comprender bien la índole del deseo, es esencial para intentar un dominio práctico sobre nuestra naturaleza de deseos. Y quien intente controlar sus deseos sin tal conocimiento será tan necio y tendrá tan pocas probabilidades de lograrlo, como un general que invade con su ejército territorio enemigo sin un conocimiento del terreno, de la disposición de las tropas enemigas y sus puntos fuerte y débiles.

Acabamos de ver que la índole esencial del deseo consiste en la tracción que se siente por objetos que proporcionan placer o en la repulsión por los que producen dolor. Esta atracción o repulsión prueba la existencia de un poder. Y este poder se ha encontrado que es de esencia igual al poder de la voluntad. Por tanto, no existe diferencia esencial entre deseo y voluntadEn cierto sentido, el deseo no es sino el reflejo de la voluntad en el plano emocional. La diferencia entre deseo y voluntad consiste en el hecho de que en el caso del deseo el poder del yo es provocado por objetos externos que le hacen sentir atracciones o repulsiones, mientras que en el caso de la voluntad ese poder brota independiente de cualquier estímulo externo y es autodeterminado.

Esta identidad esencial de la naturaleza del deseo y de la voluntad, se observa en dos hechos importantes que cualquiera puede ver por sí mismo. El primero es que tanto el deseo como la voluntad conllevan el poder de realizarse. Cualquier cosa que deseamos podemos realizarla aunque no siempre inmediatamente. En el momento en que colocamos ante nosotros cualquier objeto y empezamos a desearlo comienza un acercamiento, con atracción proporcional a la intensidad del deseo. Si este es suficientemente fuerte y las circunstancias son favorables, podremos agarrar el objeto inmediatamente. Pero en caso de que las circunstancias no sean favorables, o de que el objeto sea tal que sólo pueda adquirirse con esfuerzos prolongados, aun entonces el acercamiento empieza en el momento en que comenzamos a desearlo, y sólo es cuestión de tiempo cuándo quedará cumplido nuestro deseo.

Tomemos unos pocos ejemplos para ilustrar esto. Supongamos que deseo oír buena música. No tengo que hacer más que sintonizar la radio para satisfacer ese deseo. Pero supongamos que deseo poseer riquezas. Entonces tendré que trabajar duro, que sacrificar mis comodidades y placeres, que administrar con cuidado mis recursos; y si tengo suficientes capacidades en estos sentidos lograré amasar lentamente una riqueza y realizar mi ambición en esta vida. Pero si muero o no logro realizar mi ambición en esta vida y mi deseo persiste, naceré en mi vida siguiente con mayores capacidades en este sentido y en mejores circunstancias; y entonces realizaré mi acariciada ambición. Pero supongamos que en vez de desear estos objetos transitorios, deseo alcanzar la Iluminación. Obviamente, este no es un deseo que se puede satisfacer inmediatamente. Tendré que trabajar por muchas vidas; tendré que formar gradualmente un carácter noble y puro; tendré que purificar mi naturaleza inferior; tendré que desarrollar lentamente todas mis posibilidades divinas, vida tras vida; y si mantengo la intensidad necesaria de deseo y perseverancia, algún día me encontraré en la cumbre del monte, iluminado y libre. Vemos así que en el deseo hay el mismo irresistible poder de realización que asociamos con la voluntad.

El segundo hecho que muestra la identidad esencial del deseo y la voluntad, es que el deseo se funde con la voluntad cuando se purifica y se libra de la contaminación del yo personal. Como se ha dicho ya, cuando la energía del yo es estimulada o provocada por objetos externos, es deseo; y cuando es impersonal y brota en cumplimiento de un propósito Divino, es pura voluntad espiritual. De suerte que a medida que esta energía se purifica del elemento personal, va alcanzando su condición de voluntad pura y sin mezcla. Lo que degenera a la voluntad en deseo es la escoria del yo personal; cuando se quema esa escoria queda el oro puro de la voluntad.

Para aclarar más esta relación, tabulamos en seguida ciertos deseos que todos conocemos, y el lector verá de inmediato cómo la purificación gradual del deseo lo aproxima más y más a nuestro concepto de la voluntad espiritual, hasta hacerlos indistinguibles. Tomemos los siguientes deseos en el orden en que se dan a continuación:

(1) El deseo de gratificación sensual.
(2) El deseo de ayudar a que nuestra familia viva con comodidad y decencia.
(3) El deseo de servir a nuestra patria.
(4) El deseo de servir a la humanidad.
(5) El deseo de unificar nuestra voluntad con la Voluntad Suprema.

Al recorrer en orden descendente esta serie, vemos fácilmente que el deseo se va tornando en voluntad, y que en su forma más elevada no es sino cuestión de palabras llamar deseo o voluntad a esta energía. Si se usa la palabra deseo para describir esta última modalidad, es porque puede quedar en ella cierto elemento emocional mientras la conciencia esté confinada dentro de la personalidad y la cuestión se mire desde abajo, por decirlo así.

Una conclusión importante que se puede sacar de esta identidad esencial entre el deseo y la voluntad, es que el poseer una fuerte naturaleza de deseos no es siempre una desventaja o algo que deba afanarnos. La fuerte corriente de deseos esconde bajo su capa de egoísmo las aguas puras de la voluntad espiritual y bastará retirar esa capa, para tener a nuestra disposición el tremendo poder de la voluntad espiritual. Por tanto, y desde el punto de mira superior, quienes tienen fuertes deseos son más promisorios que aquellos cuyos deseos son débiles o son demasiado perezosos para luchar por algo con energía, cuya reacción general a su ambiente o a sus ideales carece de todo vigor. En esta verdad se basa el dicho de que cuanto más grande es el pecador, más grande será el santo.

Por esta relación entre el deseo y la voluntad vemos también por qué la eliminación gradual de los elementos personales de la vida de un individuo tiende a hacer más y más puros sus actos. En las primeras etapas de la evolución, mientras el deseo rige su vida, el poder motriz de la acción es el deseo. Cuando se despierta el deseo por cualquier cosa, la mente se pone a pensar modos y medios de satisfacerlo; y si el deseo es suficientemente fuerte y persistente, se convierte en acción, tarde o temprano. En esta búsqueda de objetos deseables de toda clase, el individuo se mantiene ocupado constantemente; adquiere experiencia y evoluciona los diversos poderes mentales. En etapas posteriores de la evolución, con el despuntar de Viveka (discernimiento) y la eliminación progresiva de los deseos personales, la voluntad adquiere ascendencia gradualmente y se convierte en el poder motriz de la acción. Al purificarse así la acción, la voluntad se vuelve más y más impersonal y va reflejando mejor la Voluntad Divina. En esta condición, la acción no ata ya al individuo, por que no la ejecuta en beneficio propio sino como una ofrenda al Supremo. En verdad sería más correcto decir que en las etapas superiores de purificación la acción no la lleva a cabo el individuo sino que se cumple por medio de él.


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