"Curso Introductorio de Teosofía" Tema 13: El Reino Dévico

La mayoría de las tradiciones religiosas del mundo incluye la existencia de los ángeles. Se presume que se trata de seres espirituales, y en consecuencia invisibles a los ojos humanos. Y es sin duda por ello que los ángeles – qué según la teosofía son seres perfectamente reales – han sido relegados por la gente en general al terreno de la fantasía o mitología.

Por otro lado, aquellas personas de tipo religioso o devoto aceptan la existencia del Reino de los Ángeles como dogma de fe. Sin embargo, ni éstos últimos ni los anteriores poseen una idea clara de la naturaleza de estos seres ni de la infinita variedad que caracteriza su reino; tampoco poseen información en lo relativo a su origen, su razón de ser, ni del papel que juegan en el Plan Divino. Los postulados ofrecidos en esta lección exploran los conceptos teosóficos en relación con el llamado Reino Dévico o Angélico.

La palabra “dévico” proviene de “Deva”, término sánscrito que significa literalmente “ser que brilla”, pero cuyo significado general abarca lo que en la tradición cristiana se conoce como Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones, Principados , Querubines, Serafines, etc.…

Dada la inhabilidad del ser humano corriente para comprobar por sí mismo la existencia de los ángeles, la Teosofía se apoya en el testimonio de clarividentes quienes, invariablemente, describen a los ángeles como seres etéreos y tan intensamente radiantes que parecen estar hechos de materia ígnea. Entre los clarividentes más notables que han tenido oportunidad de observar Devas, se encuentran Geoffrey Hodson (autor del “El Reino de Los Dioses” y otras obras que describen el resultados de sus observaciones) y H.P. Blavatsky, cuya descripción de los ángeles coincide en afirmar que se trata de “seres que irradian una luz desconocida en tierra y mar”.

En “La Doctrina Secreta”, H.P. Blavatsky resume el reino dévico de la siguiente manera: “El Cosmos entero está controlado, animado y guiado por una Jerarquía de seres espirituales de infinita variedad, cada una de ellos cumpliendo una misión determinada, y cuyos integrantes, llamémosles como les llamemos –Dhyan Chohans o Arcángeles, Devas o Ángeles- no son otra cosa que mensajeros” en el sentido de que son agentes de las leyes kármicas y cósmicas. Estos seres varían infinitamente en lo que se refiere a sus grados de consciencia e inteligencia, y llamarles puramente “espíritus” sin conexión alguna con la materia terrestre es caer en indulgencia poética, ya que cada uno de ellos fue o se apresta a ser un ser humano en un ciclo pasado o futuro respectivamente. En consecuencia, la variedad incluye dos tipos fundamentales: aquellos que podrían definirse como seres humanos incipientes y aquellos que son seres humanos perfeccionados porque han ya trascendido el reino humano. Estos últimos, en su presente existencia en esferas menos materiales, difieren moralmente de los seres humanos corrientes en el hecho de que no están sujetos a los sentimientos propios de la personalidad y naturaleza emocional humanas, características éstas puramente terrestres”.

Madame Blavatsky agrega que esta diferencia es debido a que los perfeccionados, es decir, aquellos que han ya completado su proceso evolutivo humano, han logrado, en virtud de ello, liberarse de las limitaciones impuestas por la personalidad y las emociones humanas. Los incipientes, en cambio, no tienen aún cuerpo físico, careciendo así del sentido de la personalidad o EGO-ísmo. Este postulado teosófico, basado en la observación clarividente directa, está en oposición a la idea tradicional cristiana que sostiene que los ángeles son seres humanos fallecidos.

La observación clarividente, utilizada también para determinar lo que ocurre cuando la gente fallece, indica claramente que las personas siguen siendo exactamente como eran cuando aún estaban vivos en cuerpo físico, tanto en temperamento como en virtudes y defectos. Y es evidente que no podría ser de otra manera, ya que no es sensato suponer que la pérdida de un vehículo (el físico) tenga el efecto de modificar drásticamente la manera de ser de la persona que lo ocupara durante un tiempo. Un chófer no deja de serlo porque abandona su automóvil y adquiere otro. La etapa evolutiva que llamamos humana requiere gran cantidad de tiempo y esfuerzo para alcanzar su meta de perfección, y resulta infantil pretender que defectos que no han podido ser erradicados durante una vida de 60 o 70 años de duración van a desaparecer como por arte de magia al morir el cuerpo de la persona.

Recapitulando lecciones anteriores recordaremos que la teosofía postula el universo como compuesto de siete tipos básicos de materia, vale decir, siete campos de energía vibratoria manifestados en forma de esferas que se compenetran e interactúan. Más aún, teniendo en cuenta aquel axioma oculto que establece que todo lo manifestado obedece a un propósito claramente predeterminado en el Plan de la evolución cósmica, es razonable suponer que los seis campos de energía que coexisten con el físico compenetrándolo, tienen un importantísimo papel que desempeñar en este Plan.

Estos campos, dispuestos como esferas, constituyen lugares de manifestación de numerosas entidades cuyos cuerpos están hechos de la materia del campo al cual pertenecen. Hay, en consecuencia, ángeles astrales, mentales y otros más elevados y más sutiles aún, tan sutiles de hecho, que sus “cuerpos”, sin forma, aparecen a la observación clarividente sólo como complejas y hermosas radiaciones de luz.




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