"Curso Introductorio a la Teosofía" (35) Tema 5: Karma

El postulado que afirma que nuestro universo está gobernado por la ley y el orden encuentra especial énfasis en el estudio de la Teosofía. Nada ocurre al azar o por casualidad en el Cosmos. Todo obedece al gobierno de la Ley Natural, no sólo en el mundo físico, sino también en los mundos psicológico y espiritual, las esferas de la ética y la moral. No existe en el universo fuerza alguna que se pierda, y en virtud de ello tampoco existe en él una sola partícula de energía cuya actividad no produzca el efecto correspondiente. Si lanzamos al aire una piedra, ésta caerá al suelo debido a la ley de gravedad. Esta ley, y otras similares, son parte de la ley general de causa y efecto. No existe causa sin efecto posterior, ni efecto sin causa anterior. De ello podemos deducir que la energía con que proyectamos nuestros pensamientos y nuestros deseos, por ejemplo, producirá, tarde o temprano, resultados definidos. No existe, por lo tanto, ser humano alguno que pueda escapar a las consecuencias de sus actos por insignificantes o intrascendentes que éstos parezcan. A veces estos resultados son inmediatos, pero en circunstancias más complejas puede transcurrir largo tiempo antes de que tengan lugar. Como hemos dicho anteriormente, la muerte no arregla la manera de ser de las personas de forma mágica, como algunos parecen creer, y es absurdo suponer que porque nos vamos a vivir a otra ciudad nuestras deudas desaparecerán milagrosamente; de hecho, nuestras obligaciones financieras continuarán exactamente en los mismo términos en que las contrajimos en la residencia que hemos dejado.

En Teosofía esta ley de causa y efecto es denominada karma, antiguo término sánscrito que significa “acción” pero que comprende ambas “acción” y “reacción”, es decir, la totalidad de la acción. Opera doquiera existan vida y relaciones, y adquiere una importancia muy especial respecto al ser humano quien, en virtud de su humanidad, es moralmente responsable por los efectos de las causas que inicia. Basta un poco de reflexión para darse cuenta de cuán inevitable es esta realidad. Es prácticamente imposible actuar sin afectar de alguna manera nuestras relaciones con familiares, amistades, asociados de negocios e incluso a veces personas extrañas con quienes accidentalmente nos encontramos. En el mundo occidental no existen idiomas con palabras que puedan ilustrar claramente este concepto, aunque tal vez el término utilizado por Emerson, “ley de compensación”, sea el que más se aproxima. Se trata del mismo principio enunciado por Jesús en el Sermón de la Montaña: “…Porque así como juzguéis, seréis juzgados, y con la vara que midáis a otros, seréis medidos… (Evang. Seg. San Mateo, 7:2); y aquella declaración de San Pablo: “Aquello que el hombre siembre, eso mismo cosechará…”. Todo esto, como puede verse, implica acción a través de relaciones que a su vez provocan reacciones que se transforman en causas; éstas, a su vez, generan nuevas acciones y el proceso sigue repitiéndose de manera continua hasta formar una red que envuelve todo el universo. Debido a la consideración dada a este principio, queda claramente establecida la enorme importancia de nuestras actitudes en tales relaciones.

Estrictamente hablando, la palabra karma debiera aplicarse solamente a la ley en sí, pero se le suele dar diferentes connotaciones. Es común escuchar, acerca de alguien que ha atravesado por una situación dolorosa, “tal era su karma…”, o cuando se trata de explicar efectos de causas originadas en encarnaciones anteriores con la frase: “Este es el karma con que nací…”. En tales casos es, sin embargo, más apropiado hablar de “efectos kármicos”“causas kármicas”, pero por conveniencia, la palabra karma es utilizada en estos casos para referirse a la causa, la acción o el efecto de la acción, como también a la totalidad del proceso.

Cuando comprendemos claramente la naturaleza de la ley del karma, nuestra vida se hace no sólo más inteligible, sino que además nos indica la forma de cooperar con ella, colaborando así al desarrollo del proceso evolutivo. El karma en sí es una ley en extremo compleja, probablemente el más incomprendido de todos los grandes principios que expone la Teosofía. Tal vez la mejor manera de aclarar conceptos al respecto sea el detenernos a considerar algunos de las concepciones erróneas prevalecientes en la actualidad al respecto.

No es enteramente apropiado, por ejemplo, hablar de “buen” o “mal” karma al referirnos a aquello que nos parece agradable o desagradable respectivamente. El karma no debe ser considerado como bueno o malo, ya que es siempre educativo, sea doloroso o placentero. Es la ley que favorece el desarrollo de nuestra alma, a través de la cual aprendemos a funcionar de manera armoniosa y eficaz.

Otro error generalizado es el de considerar al karma como un sistema de castigos y recompensas. Es verdad que traerá felicidad a aquéllos que causen felicidad, y lo opuesto a quienes causen desdicha, pero ello proviene del hecho de que esta ley es la que mantiene la armonía y el equilibrio en el universo de manera inherente; no se trata de un proceso impuesto desde fuera de él por alguna autoridad personal y de manera arbitraria. Somos inevitablemente, parte del universo, y como tales somos también parte de sus procesos. La ley del karma es por completo impersonal, lo que quiere decir que no incluye designios personales sobre cada uno de nosotros cualquiera que se la forma como se manifieste. Cuando comprendemos esto con claridad, cesamos de quejarnos de lo que estimamos como injusticias del destino al referirnos a nuestras desgracias personales, y nuestro oído interno comienza a escuchar sublimes acordes. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestra nota musical es parte integral de la sinfonía cósmica, y de que es en virtud de tal sinfonía – el gran esquema de la armonía universal – que nuestra nota encuentra su propio significado. Más aún, paradójicamente, ¡es en virtud de todas las notas aportadas por cada uno de nosotros que la sinfonía tiene lugar!

De todo esto podemos deducir que el karma es un proceso universal en el cual cada nota discordante que introducimos es inmediatamente rectificada y armonizada en los planos internos del ser para impedir que la sinfonía cósmica caiga en la disonancia. Conviene recordar, empero, que en lo que respecta a la consciencia y experiencia exteriores tal rectificación puede demorar años en llevarse a cabo.



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