"Curso Introductorio a la Teosofía" (32) Tema 4: La Re-encarnación 3

Quisiéramos hacer aquí un paréntesis para aclarar el sentido en que utilizaremos la frase “en el comienzo”, al referirnos a la Creación del universo. La Creación es una constante, algo que no tiene principio ni fin; pero se nos dice que ocurre de manera cíclica, es decir, a un ciclo de manifestación activa sigue otro de
inactividad. Pero ello no tiene nada que ver con la Vida en sí, ya que ésta es continua y sin principio ni fin. Los ciclos, sin embargo, comienzan y concluyen en el tiempo, aún considerando que algunos de ellos son de tal duración que solo resulta concebible para la mente humana caracterizarlos como “eones”. Tales ciclos no son sin embargo repetitivos, sino que ocurren en una especie de espiral. Se nos dice que cada ciclo de actividad comienza exactamente en el mismo punto donde concluyera el anterior, asegurando así la dinámica de mejoramiento que el proceso conlleva. Cada nuevo comienzo realiza en consecuencia una especie de recapitulación de todo lo desarrollado anteriormente (de forma similar a aquel ciclo menor que es la vida humana, cuando todo el desarrollo físico que el cuerpo del ser humano ha experimentado a través de millones de años, es recapitulado durante el período de gestación del feto humano, al igual que su desarrollo psicológico es recapitulado posteriormente durante la infancia y la juventud). Estamos, al presente, en el espiral llamado “período humano”. Cuando entremos al próximo espiral, o período superhumano, lo haremos enriquecidos con la cosecha de nuestras experiencias humanas transmutadas en poderes divinos con los cuales enfrentaremos las nuevas fronteras a conquistar en esferas más y más elevadas.

La doctrina de la Reencarnación provee la base para explicar mucho de aquello que permanece en el misterio si aceptamos la teoría de la creación del Alma al nacer la persona. Tal como indicamos anteriormente, a través de esta doctrina se explican las desigualdades de condiciones en las cuales nacemos, algunos en la abundancia, otros en la pobreza y la privación; algunos de padres amantes y bondadosos, otros abusados y maltratados por sus padres durante la niñez; algunos con físicos hermosos, otros con cuerpos deformes; algunos con dotes de genio, otros mentalmente retardados, etc. Los factores genéticos tampoco explican en su mayoría las circunstancias en las cuales una persona viene al mundo, ya que hijos inteligentes nacen de padres que no lo son, o hijos deformes de padres normales. Incluso los mellizos son a veces diferentes en físico y en carácter, capacidad y habilidades. Si aceptamos la reencarnación como hipótesis de trabajo – ya que no como hecho probado – las diferencias mencionadas se hacen explicables cuando se establece que cada alma viene a la encarnación con el producto de sus acciones y esfuerzos en existencias anteriores. El genio, por ejemplo, no es, como algunos suponen, un “don de Dios”, porque resultaría incongruente suponer que el Dios infinitamente justo, amante y todopoderoso predicado por quienes niegan la reencarnación, va a otorgar caprichosamente dones a ciertas personas y negándolos en cambio a otras! Más sensato es suponer que el genio es el resultado de muchas vidas de esfuerzo y sacrificio que han otorgado a la mente del individuo una disposición creativa que destaca de lo común. Incluso en el caso de la persona mentalmente retardada existe una lección para el Ego aunque su expresión física esté severamente limitada por la lesión cerebral de su presente encarnación.

La reencarnación explica también la diferente disposición ética de las personas y su mayor o menor inclinación al bien o al mal. Tal disposición no puede considerarse exclusivamente como producto de la formación ambiental de la persona, ya que hay quienes habiendo nacido en cuna de oro tienen sin embargo inclinación al mal, mientras que otros que han nacido en la miseria y cuya niñez ha transcurrido sin formación moral alguna tienen en cambio una natural disposición a la bondad y al esfuerzo para superarse.

Es perfectamente razonable suponer que nuestro estado de consciencia individual presente y las virtudes y defectos que observamos en él son fruto de nuestro largo pasado, es decir, lo que ha quedado indeleblemente grabado en nosotros como consecuencia de lecciones aprendidas en otras vidas y otros cuerpos; no es razonable en cambio esperar que un alma joven y menos evolucionada tenga los mismos niveles de ética y moral que tienen el sabio y el santo.

Más aún, la doctrina de la reencarnación también ofrece una explicación aceptable en lo que se refiere a la existencia de hombres afeminados y mujeres con tendencias masculinas. El alma en sí no tiene sexo, pero utiliza en algunas vidas cuerpos masculinos y en otros cuerpos femeninos con el objeto de aprender las lecciones ofrecidas en ambos sexos. Obviamente, después de haber encarnado varias veces en cuerpo masculino, es natural suponer que en la próxima encarnación en un cuerpo femenino traerá consigo muchas de las tendencias masculinas que inevitablemente se harán presentes. A la inversa, después de varias vidas como mujer, el Ego tendrá que esforzarse en realizar los ajustes necesarios para identificarse con su nuevo sexo. El desarrollo del Ego requiere toda clase de lecciones aprendidas bajo diversas circunstancias; la clara comprensión de este postulado nos hará más tolerantes y menos inclinados a juzgar con dureza a aquellos a quienes consideramos como personas desviadas de lo natural.

La doctrina de la reencarnación es extraordinariamente antigua. No solo existe en las grandes escrituras hindúes y su tradición védica, sino también en las enseñanzas del Buda y en las del griego Pitágoras. Fue también enseñada entre los judíos en la época de Josefo y posteriormente en la Kabala esotérica. Los cristianos originales aceptaban la reencarnación, y hay en nuestros días muchos cristianos que la están examinando nuevamente como hipótesis lógica y sensata, encontrando en ella inspiración y esperanza. Resulta demás aparente que Jesús mismo la aceptaba si juzgamos por la clara aseveración que hiciera en cierta ocasión a sus discípulos respecto de que Juan Bautista era Elías que había retornado (Evangelio Seg. San Mateo, 11:14 y 10:13. Ver también Malaquías 4:5). El obispo Orígenes, uno de los más notables teólogos de la Iglesia Católica original, declaró: “Cada alma viene a este mundo fortalecida por sus victorias o debilitada por sus derrotas en vidas anteriores”Desafortunadamente las enseñanzas originales de los Padres Cristianos fueron siendo distorsionadas y malentendidas, y en el año 553 D.C., durante el Segundo Concilio Eclesiástico de la Iglesia que tuvo lugar en Constantinopla, se decidió declarar a todo aquel que se adhiriera a la doctrina de reencarnación, un “anatema”. Ello señaló el comienzo de la eliminación de esta doctrina de las enseñanzas cristianas oficiales. A pesar de esto, la doctrina ha permanecido vigente para aquellos que han tenido el valor y la convicción interior de afirmar su realidad.

Entre quienes han sostenido su creencia en la doctrina de la reencarnación se encuentran notables pensadores, tales como Emerson, Thoreau, Huxley, Goethe, Shelley, Schopenhauer, Whittier, Whitman, Browning, Tennyson, etc. Famosos industriales e inventores tales como Henry Ford y Thomas A. Edison, han proclamado su aceptación de esta doctrina.




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