"Curso Introductorio a la Teosofía" (30) Tema 4: La Re-encarnación.

La doctrina de la Reencarnación ocupa un lugar muy importante en las enseñanzas de la Teosofía. Es la llave que abre la puerta del conocimiento de una gran cantidad de fenómenos de la vida humana que sin esta doctrina permanecerían inexplicables. En el mundo occidental la creencia más generalizada es que el Alma es creada junto con el nacimiento del cuerpo físico. Hoy en día sin embargo está teniendo lugar un revivir del interés por la doctrina de la Reencarnación tanto en círculos religiosos como en los de la psicología y la antropología.

Toda persona que realmente piense, encontrará serias dificultades en aceptar como infinitamente bueno a un Dios que trae a la existencia a ciertas personas en condiciones que aseguran un bienestar económico y a otras en la más abyecta pobreza; un Dios que otorga a algunos brillante inteligencia y a otros retardo mental; un Dios que, siendo infinitamente justo y omnipotente, permite que ciertas personas nazcan hermosas y sanas, y otras feas o deformes. Estas evidentes desigualdades, y muchísimas otras, son algo que observamos a diario. ¿Cómo puede entonces ser posible – se pregunta la persona de mente clara y compasiva – conciliar tales desigualdades como provenientes de un Dios de bondad y amor infinitos si, como algunos insisten, cada Alma es creada en el momento en que el individuo nace?

Frente a este dilema la teosofía postula un proceso por completo diferente al enunciar la doctrina de la Reencarnación. En nuestra primera lección establecimos que cada uno de nosotros es un fragmento en evolución de la vida del Logos de nuestro sistema solar. Esta Vida Divina está presente en cada átomo de la creación, y porque tanto su trascendencia como su inmanencia (presencia subjetiva) ocurren simultáneamente. Resulta imposible aceptar la infantil idea de aquel Dios personal quién, por razones incomprensibles, juega malas pasadas a sus propios hijos, exigiendo a cambio un amor incondicional de parte de éstos.

Más aún, pocos estarán en desacuerdo respecto de que aquello que tiene un comienzo, también debe tener un fin. Sin embargo, en la opinión de aquellos que insisten en postular dogmas absurdos, el Alma tiene que tener un futuro interminable sin haber tenido jamás un pasado. ¡Esta idea es equivalente a afirmar que puede existir un palo con un solo extremo!

La teoría de la evolución es algo generalmente aceptado en nuestros días, y la Teosofía la ve como una ley aplicable tanto a la forma física del ser humano como a su crecimiento y desarrollo espirituales. Hasta ahora, tres hipótesis han sido esgrimidas con respecto al método seguido por la evolución que culmina en las metas de sabiduría, bondad e inteligencia. La primera de ellas establece que la muerte, de modo presumiblemente milagroso transforma, a todos aquellos que no se han portado demasiado mal como para ir al “infierno”, en seres perfectos. La segunda hipótesis sugiere que la vida después de la muerte provee todas las oportunidades requeridas para lograr tal perfección. La tercera postula en cambio que el Alma debe retornar una y otra vez a la Tierra para aprender gradualmente todas las lecciones que la existencia física procura, tal como el niño vuelve a la escuela día tras día, año tras año hasta finalmente obtener su diploma de graduado. 

La primera hipótesis es inadmisible simplemente porque una agencia uniforme operando de manera uniforme debe producir resultados uniformes, y porque mediante la observación clarividente se ha podido observar que aquellos que han fallecido continúan siendo en el plano astral iguales como eran
en el plano físico, es decir, perfectamente capaces de errar tanto de hecho como en sus juicios y opiniones. Y aún haciendo a un lado la evidencia clarividente, es sensato suponer que si bien el cuerpo se acaba, la consciencia debe continuar. Y cuando observamos con cuánta lentitud vamos logrando progreso y expansión de consciencia durante los años de vida terrestre, resulta irracional afirmar que durante los breves instantes que demoramos en morir nuestro estado de consciencia se tornará perfecto. Esto ya no sería continuidad sino un quiebre drástico del proceso que nos haría vernos de pronto como extraños a nosotros mismos, irreconocibles. El insistir en esto, es pensar en términos de ciencia-ficción.

La segunda hipótesis que establece que la vida después de la muerte lleva a toda sabiduría se ve seriamente objetada por el hecho de que lo que el Alma ha aprendido bajo las condiciones de la vida terrestre en modo alguno va a ser aumentado y perfeccionado en las condiciones drásticamente modificadas de la vida astral. Si esto fuese posible, no existiría la necesidad de encarnar en el plano terrestre. No nos parece razonable suponer que un hombre que se somete al esfuerzo de especializarse en determinada profesión, dedique su vida a una actividad totalmente diferente. Evidentemente es absurdo suponer que una persona que se ha familiarizado de manera formativa con las condiciones de la vida física, pase para siempre a una esfera de condiciones enteramente diferentes en donde lo que ha aprendido anteriormente le serviría de poco o nada. Es lógico en cambio suponer que si la vida en la Tierra es un hecho establecido, ello obedece a un propósito definido en relación con el proceso evolutivo. Tal como se indica en la lección anterior, el despertar y la expansión de la consciencia individual se logran sólo a través de la limitación y la restricción impuestas por la materia física. La vida después de la muerte, siendo por completo subjetiva, está lejos de ofrecer el grado de limitación necesario para lograr tal despertar que es, al fin de cuentas, la
meta definitiva del proceso evolutivo humano.

Atendidas tales consideraciones, la Teosofía rechaza las dos primeras hipótesis, aceptando en cambio la tercera porque es la más lógica y la que marcha más en armonía con la idea de un sistema racional y ordenado basado en la justicia impersonal de la ley cósmica.

La analogía de la escuela es particularmente apropiada. Es evidente que cuando cursamos los grados inferiores de la escuela primaria no podemos aspirar a transformarnos en médicos o abogados de la noche a la mañana. Se requieren doce años de escuela primaria y secundaria para poder ingresar a la universidad a estudiar medicina o leyes durante siete u ocho años más antes de lograr nuestro título. Debemos tener la paciencia de completar todas las fases de nuestra educación primaria antes de pasar a la siguiente. Del mismo modo, completamos nuestra educación cósmica con asistencia obligatoria a la escuela de la vida planetaria física.



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