"Curso Introductorio a la Teosofía" (29) Tema 12: La cuestión del mal - 3

Estamos perfectamente conscientes también, de que lo que es aceptado como “bueno” en algunas culturas, resulta inaceptable en otras. Y si tratamos de analizar el problema de un modo no inherente en el proceso involutivo/evolutivo, nos encontraremos frente a un misterio impenetrable. Pero considerando el mal como algo que obstaculiza nuestro progreso pondrá las cosas en adecuada perspectiva, haciéndole más fácil de identificar y ayudándonos así a ser más caritativos con el comportamiento de nuestro prójimo.

El mal cumple también un papel muy importante en el proceso de desarrollo evolutivo porque, ¿es acaso posible adquirir valor, por ejemplo, cuando no hay nada que temer? Es sabido que la fuerza física se desarrolla a través del ejercicio muscular utilizando pesas o resistencias. Similarmente, la fuerza moral se robustece en la lucha contra el mal.

La experiencia nos dice que nuestras acciones impropias nos traen dolor, y es debido a ello que adquirimos la importante virtud de la discriminación entre lo correcto y lo incorrecto, lo constructivo y lo destructivo. Comprendemos que aquello que es bueno en dosis pequeñas, es malo en dosis mayores (“el mal es la exageración del bien”) adquiriendo así temperancia en la acción y en la satisfacción de nuestro deseos.

Se nos dice que esta capacidad para distinguir correctamente entre lo bueno y lo malo es el primer paso para entrar al sendero de la vida superior. A través de la experiencia dolorosa que nos viene no como castigo sino como consecuencia inevitable de la ley de Acción y Reacción (karma), aprendemos un sinfín de cosas. El dolor estimula la actividad porque nos compele a esforzarnos para eliminarlo. Es, en consecuencia un purificador de primera clase. El poeta inglés John Keats escribió: “¿No vemos acaso cuán necesario es el mundo del dolor para educar la inteligencia y tornarla en Alma?...”

Probablemente la conclusión más importante a sacar de esta lección es que la lucha por la vida no es algo que deba ser evitado sino algo que debe aceptarse como la verdadera razón de nuestra existencia en un mundo en evolución. La maldad, el orgullo, la agresión, la intolerancia, la falta de respeto y el egoísmo existen en todos nosotros en mayor o menor grado. Pero también tenemos generosidad, humildad, dulzura, tolerancia y filantropía. Y como la lucha parece inclinarse invariablemente a favor de aquel centro de Divinidad inherente en nosotros, el conflicto interior parece no tener fin. Es más, resulta esencial que éste continúe hasta que logremos completar nuestro proceso de madurez espiritual. Sri Aurobindo escribió: “El crear de la materia un templo de la Divinidad pareciera ser la tarea impuesta al espíritu que viene al universo material”.

Cuando descubrimos nuestra verdadera naturaleza interna, observamos al mal desde una perspectiva apropiada. Observando nuestro mundo actual, nos preocupa la evidencia del mal que parece invadir sin control nuestra civilización provocando lo que aparece como una revolución mundial. Como resultado de ello, nuestra sociedad sufre de un profundo sentimiento de inseguridad al observar las explosivas fuerzas del mal en acción.

Caer en tal sentimiento equivale a desconocer la vida espiritual, que es nuestra herencia divina. Tagore, el gran poeta indo, escribió en cierta ocasión: “Sabemos que nuestros males son como meteoritos, fragmentos de vida dispersos que requieren la atracción de un gran ideal para ser asimilados en el todo de la Creación”. Cuando miramos al cielo por la noche, ¿no nos resulta evidente la forma ordenada y precisa en que existen aquellos millones de estrellas y planetas en sus órbitas bajo el gobierno de la Ley Natural? Y al observar esto, ¿no nos resulta claro ver cuán escasos son los meteoritos que parecen separarse de este orden para seguir su propio curso?

Y aún así, si observamos éstos últimos con detención, veremos que tarde o temprano entran en la órbita de algún planeta o caen en él desintegrándose y desapareciendo. Y si realmente nos consideramos ciudadanos del universo dispuestos a respetar la Ley Natural que lo rige, ¿no será sensato tratar a los meteoritos – es decir, a los males de nuestra naturaleza inferior- como algo pasajero, manteniéndonos al mismo tiempo serenos y confiados en la natural bondad de nuestro Ego que bien conoce como lidiar con ellos de manera eficaz?

El poder de nuestra Alma es como una marea capaz de transformarse en maremoto, pero que al mismo tiempo puede mantenerse cautiva e inútil tras las barreras que nosotros mismos hemos erigido y que, en consecuencia, solo nosotros podemos retirar. Esta es la verdadera libertad que debemos buscar realmente, la misma que todo ser humano tiende a buscar instintivamente o no. Y es sobre esta premisa básica en Teosofía que podemos definir al mal como la ausencia del bien. La filosofía Vedanta afirma: “No penséis en el mal y el bien como dos esencias separadas, porque no son sino la misma cosa apareciendo en diferentes grados con disfraz diferente y produciendo en consecuencia diferentes maneras de sentir en la misma mente”. De ello puede concluirse que no existe deseo, por inferior que sea, que no pueda ser transformado en algo elevado.

Vistas tales consideraciones, la Teosofía jamás se concentra de manera puritana en la vileza del pecador, sino en el potencial que éste lleva en sí para transformarse en santo. Se nos sugiere que en lugar de perder tiempo examinando los peores aspectos de nuestra personalidad – u opuestamente pretender que no existen – nos resultará más útil tratar de elevar nuestra consciencia a un nivel donde tales cosas no pueden encontrar expresión. En un mundo donde la lucha por la vida parece inevitable, es perfectamente posible vivir de acuerdo a una actitud interior que arroje luz sobre la oscuridad y que pueda cambiar la tristeza de muchos en alegría.
La paz nos llegará cuando aceptemos la naturaleza del mundo y la naturaleza de la lucha de manera impersonal y altruista, deseando que el amor gane la batalla no para nosotros individualmente sino para la humanidad entera.

Cada persona tiene sus propias batallas que ganar, la conquista de su propia ignorancia, el logro de un atisbo de la Luz como resultado de una vida de correcto proceder, hasta que la lucha entre el bien y el mal se resuelva. Porque al ganar esas pequeñas batallas la competencia se torna en cooperación, la avaricia en amor, y aquello que otrora fuera considerado bueno pero que bajo las presentes circunstancias es malo, será transmutado nuevamente en algo positivo en beneficio de nuestro continuado desarrollo.

Para concluir, citemos las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Antes de comentar sobre la paja en el ojo ajeno, ved la viga en el propio”. (Lucas, 6:41).

* * *

Preguntas a responder:

1. Comente acerca de las diferencias entre la existencia animal y la vida humana en relación al tema del bien y el mal.
2. ¿Existen variantes entre el bien y el mal? Comente acerca de la forma como algo bueno puede resultar malo en una etapa posterior.
3. ¿Cuál es el propósito de la tentación y la adversidad?
4. Explique cuales son la utilidad y funciones del dolor. Ilustre narrando una experiencia personal, de ser posible.
5. ¿Cuál debe ser la actitud de una persona con respecto a:
• Condiciones ambientales malignas;
• Gente maligna; y
• El mal en sí

Bibliografía:

1. Técnica para la Vida Espiritual, por Clara Codd
2. Teosofía Moderna, por Hugh Shearman
3. Dioses en Exilio, por J.J. Van Der Leeuw




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