"Curso Introductorio a la Teosofía" (27) Tema 12: La Cuestión del Mal.

En Teosofía se nos dice que el Principio Divino - nuestro Dios manifestado - está en todo lugar, en todo lo que existe, y que el ser humano es divino en origen y esencia. Siendo así, ¿por qué debemos los seres humanos pasar por este prolongado proceso evolutivo para alcanzar la perfección? ¿Por qué hemos de caer en la maldad y el pecado? Y si Dios es bueno, ¿cómo puede ser que exista el mal en el ser humano, a quien se considera como el microcosmos reflejo del Macrocosmos que es la Divinidad?

La idea de aquel ser maligno llamado Satanás, quien parece estar continuamente ganándole la batalla al Ser Supremo, resulta absurda para todos aquellos que se molesten en pensar un poco. Con toda certeza todos hemos meditado más de una vez acerca de esta aparente confusión y del significado que el mal tiene en sí, o de si efectivamente hay una razón para que exista del todo.

En primer lugar, resultará útil reemplazar la palabra “malo” por “incompleto”. La Teosofía postula a la Deidad Suprema como El Absoluto, que en sí es no condicionado y no manifestado, pero del cual un universo objetivo y condicionado se manifiesta periódicamente. Esta manifestación, siendo una expresión parcial y en consecuencia limitada de Aquello que es ilimitado, tiene que ser imperfecta. La idea Divina tras esta limitación impuesta es la de ofrecer la oportunidad al ser humano de alcanzar la perfección por sí mismo, por su propio esfuerzo, ganando su propia estatura divina al lograr maestría y dominio sobre las leyes universales.

Es necesario comprender que en el universo objetivo nada ocurre sino es en relación con otra cosa; así como hay objeto, debe también haber sujeto; en otras palabras, dualidad, el principio fundamental de la polaridad. Se nos dice que este principio se establece desde el comienzo mismo de la manifestación universal. Como resultado, todo lo que existe tiene su contrapartida, no en un sentido absoluto sino como condición relativa. Tanto el mal como el bien no existen salvo como expresiones de relatividad.

Conviene hacer notar que la dualidad de la Deidad manifestada está claramente establecida en la Biblia, a pesar de lo cual este postulado es porfiadamente ignorado. En Isaías (45:5) encontramos las siguientes palabras: “Yo formo la Luz, y también he creado la oscuridad; he creado la paz y he creado el mal; yo, el Señor, he hecho todas estas cosas”. Posteriormente, en Amos (3:6), leemos: “… ¿Habrá mal en la ciudad sin que el Señor lo haya creado?”. Hemos citado solo dos pasajes, pero hay muchos otros que invocan la dualidad del universo, el concepto de los pares opuestos. Y mientras más meditamos acerca del bien y del mal, con mayor certeza llegamos a la conclusión de que ambos emanan de acciones y actitudes, y que en consecuencia no existen como factores absolutos.

Para comprender la explicación que ofrece la Teosofía acerca del mal, se hace innecesario considerar nuevamente aquel concepto básico que llamamos Evolución. Se hace necesario también postular que la evolución no es producto de una serie de circunstancias fortuitas, sino que es un proceso dinámico y activo con propósitos claramente establecidos a través del Plan que persigue el total desarrollo de la manifestación.

En eones pasados, las Mónadas humanas, “unidades de Espíritu” inconscientes, comenzaron a “descender” por el sendero de la involución. (Ver lección 1), ganando primeramente experiencia básica en los reinos inferiores de la vida hasta finalmente alcanzar el reino humano. Al presente, las Mónadas humanas están recién en el viaje de “ascenso”, es decir, en evolución, que les va gradualmente otorgando expansión de consciencia y conocimientoY uno de los principales aspectos del conocimiento es el muy delicado “don de elegir”, es decir, la habilidad para establecer juicios (idealmente, juicios cada vez más correctos) para así poder distinguir entre aquello que colabora con el progreso del ser humano y aquello que lo obstaculiza.

La Teosofía postula que todo aquello que está en armonía con el Plan Divino y que contribuye a su desarrollo, es “bueno”, y todo aquello que conspira contra tal progreso es “malo”. De ello puede colegirse que el mal proviene exclusivamente del uso inapropiado de nuestras facultades, de nuestra propia inteligencia mal empleada, del mal uso de los divinos poderes que nos son inherentes. En el libro “Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnet”, leemos lo siguiente: “Ni el mal ni el bien son causa independiente en la Naturaleza. La Naturaleza está destituida de bondad o maldad: sólo obedece leyes inmutables… el verdadero mal procede de la inteligencia humana, y se origina por completo en el hombre racional cuando éste se disocia de ella. El Maestro K.H., autor de esta frase, agrega más adelante en la misma carta: “El mal es la exageración del bien, lo que da origen al egoísmo y la codicia humanas”.

La lógica tras este postulado es clara, y confirma la moderna teoría psicológica que afirma que todo aquello que es llevado a extremo se transforma en lo opuesto. Comer, por ejemplo, es esencial para nuestro bienestar físico, pero comer en exceso es glotonería, y el resultado será la enfermedad. La religión practicada con amor y humildad es esencial para nuestro progreso espiritual; pero cuando se exagera a través de la intolerancia y el dogmatismo se transforma en prejuicio y fanatismo.



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