"Encuentros con la Teosofía" (22) Tema 10: Mente y Plano Mental -2

Se nos dice que existe entre el Alma y la Mente, un “espacio”. A ese espacio se entra silenciando la Mente, que en la mayoría de las personas mantiene una cháchara permanente de pensamientos intrascendentes y a veces inapropiados que aíslan a la persona de su Ser Superior. Silenciar la Mente mediante un esfuerzo por concentrarse algunos minutos en un determinado objeto con prescindencia de cualquier otra cosa, no debería ser tarea difícil. Lo es, sin embargo, debido a los muchos años que el individuo ha dado “vía libre” por así decir, a su mente. Pero silenciarla es algo perfectamente posible, aunque ello puede demorar un tiempo mayor en algunas personas que en otras. Se recomienda en consecuencia, el siguiente ejercicio:

Sentarse quietamente en algún lugar privado con el máximo de certeza de no verse interrumpido. Mantener la columna vertebral recta, perpendicular al suelo. Vaciar el pulmón de aire por completo, e inspirar el aire por la nariz, profundamente hasta llenar el pulmón; sostener el aire dentro cinco segundos, y expulsar lentamente por la boca. Esperar cinco segundos antes de efectuar la nueva inspiración por la nariz, y completar diez respiraciones. Esperar 15 segundos, e iniciar una nueva serie de 10 respiraciones, hasta completar 40 en total, vale decir, cuatro series de 10. Se experimentará entonces una sensación de calma y serenidad. No hay nada de milagroso en ello. Lo que ocurre es que el exceso de oxígeno que entra a los pulmones al respirar de la manera indicada, entrega una mayor carga de oxígeno de la normal a la sangre, que a su vez lleva esa carga extra al sistema nervioso, relajándolo, condición esencial ésta para silenciar la mente y abrir el canal de comunicación entre la personalidad y su Ser Superior. Producido este contacto, que entrega una sensación de alegría y paz difícil describir, los vehículos caen bajo el control del Alma, que es el verdadero individuo, y su avance se acelera considerablemente, porque ahora es él mismo quien controla su vida en lugar de verla dominada por sus vehículos. Estos le han sido proporcionados para que él los use, no para que ellos lo usen a él, que es lo que ocurre con la mayoría de la gente ajena por completo a este conocimiento. Si partimos de la base de que el ser humano no es “un cuerpo con un alma”, como erróneamente se ha enseñado, sino que se trata en realidad de un Alma con cuerpos, vehículos que le permiten pensar, sentir y actuar, nuestro enfoque varía radicalmente con respecto a lo que en realidad somos y la vida que vivimos, y nuestra capacidad para someter los vehículos a nuestra voluntad queda establecida definitivamente.

La acotación de Blavatsky queda entonces en debida perspectiva, aunque en rigor debiera decir: “La mente que no está bajo el control de su dueño se torna en su peor enemigo”, para así representar la totalidad de la idea.

El Plano Mental.

El Plano Mental es el plano donde el Ego sintetiza las lecciones aprendidas durante la encarnación recién pasada después de la muerte de su cuerpo físico, transformándolas en lo que se conoce como facultades naturales o talento. Existe, desafortunadamente, en el mundo occidental, la tendencia a suponer que el talento es un don del Creador con el cual ciertas personas son bendecidas al nacer sin razón aparente. Es decir, se presume que Dios, (descrito por muchos como un Padre infinitamente bondadoso y justo) da a ciertas personas capacidades excepcionales a tiempo que las niega a otros por razones inexplicables. Especialmente entre aquellos que niegan la doctrina de la Reencarnación, tal afirmación equivale a aceptar un Dios caprichoso e injusto, una especie de tirano cósmico, un Ser en directa oposición al que proclaman como infinitamente justo.

La Teosofía postula en cambio un universo regido por Ley, y de acuerdo con este principio todo lo que el hombre tiene, especialmente en lo que se refiere a talentos individuales, lo debe lograr por sí mismo mediante esfuerzo y disciplina propios. Esta idea está basada en el hecho de que lo que llamamos “evolución” es en realidad un proceso de desenvolvimiento (la palabra del latín evolvere, de donde viene “evolución”, significa literalmente “desenvolver”) una especie de florecimiento del enorme potencial divino que es parte de nuestro ser; y, debido a que este potencial es interno, su desarrollo debe tener lugar desde dentro de cada ser humano bajo el estímulo representado por la acción e interacción a que nos instan la vida física, emocional y mental. El proceso es similar al de la semilla que, plantada en la tierra, da origen a un árbol; pero el árbol surge desde dentro de la semilla que contiene en latencia la forma, el colorido, el tamaño y, en fin, todo lo que ese árbol debe ser.

Cuando el hombre desencarna e ingresa al Plano Mental después de su paso por el Plano Astral, lleva consigo en su átomo simiente (ver Lección 2) todo el aprendizaje llevado a cabo en su vida física recién concluida. En el plano mental sintetizará este conocimiento para posteriormente incorporarlo a su Cuerpo Causal en términos de posibilidades vibratorias. Tales posibilidades se manifestarán como “talento innato” cuando al individuo encarne nuevamente. Tendrá entonces un nuevo cuerpo físico (y en consecuencia un nuevo cerebro físico que no puede recordar lo aprendido en vidas pasadas por no haberlo grabado), pero su aprendizaje y las facultades logradas durante la encarnación anterior no se perderán gracias al método de la Naturaleza antes descrito para retener y preservar lo adquirido.

Bastará solo un poco de reflexión para darse cuenta de cuán justo y apropiado resulta este sistema, que asegura así que cada cual tenga exactamente lo que merece, la medida precisa de su propio esfuerzo, disciplina y dedicación. Se explica así además la existencia de individuos tales como Mozart, que a los cinco años de edad desplegaba un talento musical tan sorprendente como inexplicable para quienes no conocen esta doctrina, lo mismo siendo aplicable a diferentes individuos que brillan en diversos campos del arte y la ciencia.

Resulta entonces razonable suponer que todo lo que tenemos y somos como individuos, con nuestro talento y con nuestras limitaciones, constituye la suma total de todo lo que hemos hecho o dejado de hacer en nuestras encarnaciones anteriores. A nadie podemos culpar por nuestra carencia de talento musical, por ejemplo, si en vidas anteriores jamás hemos indicado interés alguno en el estudio de la música ni en la disciplina de aprender instrumentos musicales.

Cierto es que al nacer en un cuerpo físico - que precisará gran cantidad de desarrollo antes de llegar a la edad adulta - deberemos abocarnos nuevamente al aprendizaje del campo en cuestión; pero este nuevo esfuerzo será diez veces menor que el realizado en vidas pasadas. Claramente, Mozart, en su última vida, demoró muy breve tiempo en aprender teoría e instrumentos musicales en comparación con otros que estudiaban tales disciplinas por vez primera.



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