"Curso Introductorio a la Teosofía" (18) Tema 9: El Plano Astral. - Formas de ingresar al Plano Astral.

Estado del ser humano que ingresa al plano astral al morir.

Como es natural suponer, el estado en el cual se encuentran en el mundo astral las personas que desencarnan, varía enormemente, y estará en proporción directa al estado magnético y vibratorio de cada persona. Todos estamos en situación diferente en este sentido; en algunos casos la diferencia es marcada, en otros, hay cierta similitud, pero nadie está, exactamente en la misma situación. Es entonces nuestro propio estado vibratorio –y no un Dios iracundo – lo que determina el nivel del mundo astral al cual ingresaremos después de la muerte, porque nuestra vibración estará en armonía con aquél. Si nuestra vibración es de tipo bajo, nuestra consciencia y lugar astral también lo serán.

Conviene ante nada recordar que, al desencarnar, el individuo continúa siendo exactamente el mismo de antes. Todo lo que ha hecho es despojarse de una vestimenta (el cuerpo físico), lo cual por cierto no cambia su naturaleza ni su estado evolutivo. Continúa siendo generoso si lo era anteriormente, y egoísta si esa era su manera de ser, y lo mismo aplica a todas sus otras características como persona.

Naturalmente el tipo de “muerte” del individuo determina en gran medida las condiciones de su vida astral, y mencionaremos brevemente lo que ocurre bajo determinadas condiciones.

La reacción habitual del individuo al recuperar su consciencia en el plano astral (lo cual puede tomar días e incluso más tiempo) es suponer que aún está físicamente vivo. Se da perfecta cuenta que algo ha cambiado drásticamente y se encuentra en un comprensible estado de confusión del cual irá saliendo gradualmente. Sin embargo, la percepción de quienes ingresan al plano astral corresponde en gran medida a su respectivo grado de consciencia ya que, como hemos expresado anteriormente, el mundo astral y los demás planos sutiles son, además de un lugar, un “estado” de consciencia.

El individuo mayormente desarrollado espiritualmente, percibe el Plano Astral de mejor manera que aquel de inferior desarrollo y, más aún, a medida que su estadía en los niveles inferiores del Plano le va limpiando de la materia astral grosera de su cuerpo, su percepción se hace más aguda, permitiéndole ahora disfrutar de la maravillosa belleza de las divisiones superiores del plano. Consecuentemente, el hombre primitivo, de alma nueva y poco evolucionada, tiene una vida astral breve y nebulosa, debido a la falta de desarrollo de su cuerpo astral. En cambio el individuo altamente desarrollado, teniendo poco o nada de materia grosera en su vehículo astral, pasa inconsciente y rápidamente por las divisiones inferiores y experimenta las superiores en toda su grandeza y alegría.

Suicidas y Víctimas de Accidentes.

Se nos dice que estas dos clases de fallecidos suelen enfrentar una vida astral difícil. Si la víctima de un accidente era una persona de vida limpia y honesta, permanecerá en un estado de inconsciencia hasta que se cumpla el tiempo establecido por su karma para lo que debería haber sido su muerte natural, recuperando la consciencia sólo en las divisiones superiores del plano astral. En cambio, la persona viciosa que desencarna inesperadamente en plena efervescencia de sus pasiones y vicio no aún bajo control, se verá magnéticamente atraída hacia las divisiones astrales inferiores, sufriendo agudamente al no poder dar curso y satisfacción a sus vicio habituales. La conexión entre su doble etérico y su cuerpo astral será aún muy fuerte y difícil de romper, lo cual vivificará el astral haciéndolo agudamente consciente de su sufrimiento. Una comparación adecuada de esto, es la del fruto aún verde al cual se le saca la semilla. Alrededor de ésta, quedará buena parte de la pulpa que aún no estaba lista para separarse. Del mismo modo, una buena cantidad de materia astral grosera quedará adherida al individuo, determinando así su situación astral.

El suicida enfrenta una situación similar, con el añadido de que ha incurrido en una gran deuda kármica al quitarse la vida, acto de enorme gravedad desde el punto de vista oculto. Hay, sin embargo, diferentes grados de responsabilidad entre quienes recurren al suicidio, variando entre aquellos que pierden la razón momentáneamente bajo el impacto de una situación terriblemente dolorosa y aquellos que calmada y deliberadamente se quitan la vida a objeto de evitar enfrentar sus problemas o por aburrimiento. La ley del karma, siempre ecuánime, dará a unos y a otros la exacta medida dictada por la intención y las circunstancias que determinaron el acto suicida.

Los efectos kármicos del suicidio se manifiestan generalmente en una vida futura y a través de un cuerpo físico severamente impedido, limitando así las posibilidades de avance del Ego pero mostrándole también la absoluta necesidad de aprender dos importantes lecciones: la de la reverencia por toda vida, incluso la de su propio cuerpo, y la del valor moral para aceptar las dificultades y dolores inherentes en la existencia humana, entendiendo que es precisamente a través de éstos que el desarrollo de la consciencia espiritual, la sabiduría y la compasión, tienen lugar.




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