Curso Introductorio de Teosofía. (3) L.1 El Plan Divino y el Propósito de la Vida.(2)
El proceso creativo.
Brevemente trataremos de aclarar el concepto de la Teosofía
acerca de la Creación y la evolución que yace velado por símbolos
en las enseñanzas de las grandes religiones.
La Teosofía postula que tras toda manifestación de vida se
encuentra la Existencia Una, eterna e infinita, incognoscible
porque la mente finita del hombre no puede comprender lo infinito.
Desde este Primer Principio, al cual se ha dado el nombre de
Absoluto, emana todo lo manifestado, y a El todo debe retornar.
En este Absoluto o Existencia Única, nuestro universo viene a ser
como la ola en el océano: una manifestación que aparece y
desaparece sucesivamente. De ello podemos deducir una
conclusión tan cierta como sorprendente: la “Creación” entendida
literalmente de las primeras palabras del Evangelio según San Juan
“En el principio era el Verbo, etc.…”, no existe como tal, porque la
manifestación que aparece y desaparece sucesivamente, es decir,
que se manifiesta y se desmanifiesta, para volver a manifestarse, lo
hace en períodos sucesivos de igual duración. En Teosofía se nos
dice que el período objetivo de manifestación y actividad o
Manvántara es seguido por un período subjetivo que no tiene
existencia física llamado Pralaya, de la misma duración. No debe
pensarse sin embargo que el Pralaya como algo muerto totalmente
inactivo. La diferencia con el Manvántara es que la actividad del
Pralaya es subjetiva y asimilativa, no experiencial. En otras
palabras, durante el Manvántara tiene lugar la actividad y la
experiencia, y durante el Pralaya se produce la asimilación de todo
lo aprendido a través de la experiencia. (Un ejemplo de este
sistema está dado en la nutrición del cuerpo físico. Cuando
comemos, estamos en actividad; pero al terminar de comer, nuestra
actividad consciente, cesa para dar lugar a la actividad interna –
léase, subjetiva- del organismo, que trabaja independientemente de
nuestra voluntad para asimilar lo ingerido y transformarlo en
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aminoácidos que, una vez incorporados a la corriente sanguínea,
sustentarán su energía. Nuestro sistema digestivo transforma la
comida en energía: el sistema del universo transforma la
experiencia en facultades. De esta manera, al finalizar el Pralaya,
un nuevo Manvántara surge, pero ahora a un nivel más elevado
como consecuencia de lo asimilado).
Se nos dice que del Absoluto emergen numerosos universos, cada
uno de éstos conteniendo innumerables sistemas solares: cada
sistema solar es a su vez activado y controlado por un
poderosísimo Ser al cual se da el nombre de Logos o Palabra de
Dios. De ahí las palabras de San Juan que ahora citamos en su
totalidad: “En el principio era el Verbo (palabra), y el Verbo era
con Dios, y el Verbo era Dios”. Este Ser está en todo, y todo es
parte de El. Desde su propia Naturaleza, la Mente Divina ha traído
nuestro sistema solar a la existencia conjuntamente con millones
de sistemas similares, y quienes estamos dentro del sistema somos
en consecuencia fragmentos en evolución de su propia vida. De El
venimos y a El retornaremos. A través de las innumerables células
de nuestro cuerpo, de nuestros sentimientos y de nuestros
pensamientos. El hombre no puede penetrar el inescrutable
misterio de su origen, pero puede ponderar acerca de la magnitud
de la Creación, de las posibilidades y naturaleza de otros universos
y del hecho de que incluso el Logos del sistema se encuentra en
evolución, porque el proceso es universal y, como ya hemos dicho,
sin un final establecido.
De acuerdo a la hipótesis teosófica, tres estupendos impulsos de
Vida son necesarios para traer el universo a la existencia o
comienzo del Manvántara. A éstos se les conoce como “Las Tres
Emanaciones” u “Oleadas de Vida” (ver diagrama No. 1), que
están simbolizadas en todas las Escrituras de las grandes
religiones.
La primera oleada o ígnea energía creativa -que
corresponde al Espíritu Santo o Tercera Persona de la Santísima
Trinidad cristiana, surge del Logos estableciendo una vibración en
una determinada área de los espacios siderales, electrificando,
vivificando o separando en átomos la materia primordial o pregenética eternamente subyacente en el espacio. Al hablar de
“materia” en este contexto, no debe pensarse en un tipo de materia
como aquella que nos es familiar en el plano físico, sino más bien de una latencia que permanece como tal hasta que el Espíritu Santo
la “despierta” a la existencia activa. Se nos dice que esto se logra
mediante un proceso expresado simbólicamente como un
“dividirse en innumerables fragmentos sin destruirse”, siendo ésta
una de las muchas paradojas que suelen encontrarse en el estudio
de la ciencia oculta. El Bhagavad Gita lo expresa de la siguiente
manera: “Habiendo impregnado este universo con fragmentos de
mi Ser, continúo existiendo”. Es entonces apropiado concluir que
no existe un solo átomo dentro del cual no esté la existencia de
Dios. Del mismo modo, la Vida Divina solo puede manifestarse
cuando anima materia. Ambas pues, Vida Divina y materia, son
inseparables doquiera exista manifestación.
La primera Oleada de Vida establece los siete tipos de materia o
campos de energía vibratoria antes mencionados, desplazándose
desde su centro hacia fuera y viceversa, preparándola así para su
ingreso en ella (involución) en una jornada de enorme duración.
Cuando finalmente produce el nivel vibratorio más denso, que es el
plano físico, la formación de átomos y moléculas físicos empieza a
tener lugar estableciendo los elementos químicos en base a los
cuales se construirán las formas.
Se nos dice que este proceso lleva incalculables eones de tiempo
pero, antes de completarse, la Segunda Oleada de Vida –que
corresponde al Hijo Segunda Persona de la Trinidad- surge
incontenible. (Se nos asegura que éstas oleadas no tienen lugar en
un solo impulso sino en varios sucesivamente, lo cual da lugar a
los distintos reinos de la Naturaleza). Similarmente a la primera, la
Segunda Oleada se desplaza de adentro hacia fuera y viceversa,
otorgando a la materia recién creada características que la harán
responder al estímulo externo a través del pensamiento, el deseo y
otros factores. Al llegar el impulso de Vida a su máxima extensión
exterior, el proceso de involución (arco descendente) cesa para dar
comienzo al proceso de evolución (arco ascendente).
A objeto de amplificar esta explicación, utilicemos la analogía de
un hombre que está siendo llevado inconsciente al interior de una
prisión, en la cual finalmente despierta para comenzar su jornada
hacia el exterior, hacia la liberación. En este ejemplo el hombre no
representa un individuo sino la Vida en sí. A medida que la oleada de Vida empieza a ascender (no en términos de altura sino de
estado de consciencia, comienza a construir las formas de materia
ahora conteniendo las características impartidas durante su
descenso (involución). El trabajo de este proceso “ascendente”
queda de manifiesto en la formación de las estructuras minerales,
vegetales y animales a través de las cuales evoluciona la Vida
manifestada hacia organismos cada vez más complejos y
sofisticados.
https://www.youtube.com/watch?v=-eOWqE35LJs&feature=youtu.be
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