"Curso Introductorio a la Teosofía" (36) Tema 5: Karma 2

Claramente queda establecido entonces que el karma no es sólo una ley de justicia retributiva que nos hace heredar el resultado de nuestras acciones, sino también algo de mayor magnitud: una ley que opera eternamente, y en todo momento, con el objeto de armonizar cada acción individual con la acción universal. Como resultado, nuestras acciones individuales caen dentro de las operaciones universales como pequeños círculos concéntricos dentro de círculos mayores. Cada parte está, en consecuencia, indisolublemente ligada al todo. El verdadero centro del universo es equilibrio. Es imposible alterar este equilibrio, porque se ajusta a sí mismo ante cada acción. La desarmonía que parece observarse a veces, proviene de la periferia, de ese mundo ilusorio de tiempo y espacio en donde por el momento existimos.

En el análisis final sólo existen dos movimientos básicos en el universo: ida y regreso, es decir, las fuerzas centrífuga y centrípeta. En la electricidad, éstas viajan entre los polos positivo y negativo; en mecánica las observamos en el desplazamiento del pistón y en el destino humano como causa y efecto, vale decir, la ley del karma. Incluso en las actividades menores de nuestra vida nos es dado observar tales fuerzas durante nuestra rutina diaria al levantarnos y abandonar nuestro hogar cada mañana rumbo a nuestro trabajo, para retornar por las tardes y acostarnos nuevamente por la noche. Observando estos aspectos, emerge, claramente, un principio: todo aquello que enviamos debe, en definitiva, retornar a nosotros, no porque nuestras acciones merezcan premio o castigo, sino porque hay un elemento de continuidad que es inherente en nosotros, que es básico en nuestra existencia y que no admite variación en lo que básicamente somos.

Tal como indicáramos en una lección anterior, el hombre funciona en tres mundos o campos de energía vibratoria (el físico, el emocional y el mental) en los cuales, para poder manifestarse, ha sido dotado de tres vehículos de expresión a los cuales llamamos “cuerpos”. En cada uno de estos campos de energía el hombre genera causas que retornan a él como efectos en exacta proporción a la energía que emplea al generarlas. Cada ser humano, se nos dice, está continuamente generando tales fuerzas y la forma en que realiza esto es la que determina no solamente la clase de vida que llevará aquí, con su secuela de éxitos y fracasos, o el estado que encontrará después de la muerte, sino también el tipo de ambiente y la relación que tendrá con otros seres humanos en futuras encarnaciones. Obviamente la balanza de la justicia no puede operar únicamente dentro de los confines de una sola vida. Muchas veces la justicia se manifiesta en vidas posteriores a través de efectos que restituyen o privan de acuerdo con las acciones previas del individuo. De ello se deduce que la reencarnación debe ser considerada como medio, para lograr un fin y no una finalidad en sí. De este modo podemos también inferir la importancia del papel que juega la doctrina en el plan evolutivo. Cuando el alma ha desarrollado ya el máximo potencial de sus capacidades y poderes, añadiendo a éstos perfecta nobleza de carácter, puede ya considerarse como que ha alcanzado la meta de perfección humana que la libera del proceso de reencarnación.

Otro malentendido respecto al karma es el de considerarlo de manera fatalista. “Es la ley, y nada puedo hacer para cambiarla…” oímos decir a veces. Esto es un error. Es verdad que no podemos aniquilar las leyes universales, pero también es cierto que podemos modificar sus efectos. Lo hemos hecho en el pasado y continuamos haciéndolo. De acuerdo con la Teosofía tenemos pleno derecho a ellos. En su libro “Karma”, Annie Besant indica que si estamos siendo víctimas de una situación kármica difícil y dolorosa, tenemos el derecho e incluso la obligación, a veces, de hacer todo lo posible por cambiarla. Es precisamente a través de tales esfuerzos, impuestos por la ley del Karma, que desarrollamos nuestros poderes y nuestra verdadera estatura espiritual, aprendiendo a enfrentar con éxito problemas y dificultades de todo orden. Ocurre a veces, sin embargo, que a pesar de todos nuestros esfuerzos la situación angustiosa prevalece, en cuyo caso es probable que esté obedeciendo al propósito de enseñarnos resignación, paciencia, o capacidad de sacrificio. No olvidemos que el dolor es nuestro mejor maestro y no siempre es sabio o conveniente eliminarlo.

Viene bien aquí recordar el viejo dicho: “Debemos aceptar lo inevitable con gracia y dignidad, pero primero asegurémonos de que es realmente inevitable…” El problema reside en que a veces no es fácil determinar tal cosa, y es en extremo importante en este caso saber exactamente lo que estamos haciendo, ya que nuestro esfuerzo por cambiar la situación puede redundar en peores consecuencias. A veces se hace necesario reflexionar y esperar, no de manera inerte o estática sino en una actitud de aceptación dinámica y alerta, hasta que nos sea dado claramente la solución del problema. Pero es un hecho que cualquier efecto kármico puede ser eliminado o modificado cuando las circunstancias y la Ley así lo permiten. Un ejemplo claro de cómo modificar leyes universales es el de los hermanos Wright. La ciencia del siglo pasado había declarado enfáticamente que nada que fuese más pesado que el aire podía volar. Si los hermanos Wright hubieran aceptado tal pronunciamiento como absoluto, el avión no se hubiese inventado. A pesar de que la ley de la gravedad es parte integral del mundo físico, los Wright descubrieron otros principios (la resistencia del aire y las leyes de la aerodinámica) que podían ser utilizadas para neutralizar la ley de la gravedad y, en cierto sentido, hacerla más completa. Porque hay que comprender que los principios naturales no son algo aislado, sino partes integrantes de aquel organismo funcional que llamamos el universo. En nuestros días viajamos a increíble velocidad por el aire e incluso nos hemos aventurado a viajar por los espacios siderales. Sin embargo, si el hombre hubiera tratado de volar sin antes estudiar cuidadosamente los principios que gobiernan la ley de la gravedad, el resultado hubiese sido desastroso. Supongamos que a nadie se le hubiese ocurrido utilizar el principio del desplazamiento para actualizar el principio de flotación; jamás pudiéramos haber echado al mar barcos de acero, y para viajar por mar aún tendríamos que depender de barcos de madera con velas cuya velocidad queda al capricho de los vientos. La ingeniería utilizada en la construcción del canal de Panamá es otro ejemplo de la utilización de la ley para neutralizar la misma.

Naturalmente, corresponde al individuo determinar cuándo debe aceptar los dictados de su karma o cuándo debe utilizar fuerzas para oponerlo. Si después de considerar la situación de manera cuidadosa e inteligente vemos la posibilidad de neutralizar sus dictados, la Ley misma nos permitirá hacerlo mediante la utilización de factores que neutralizarán los efectos indeseados. Pero nadie nos puede guiar en este sentido, y buscar libros al respecto es perder el tiempo porque las situaciones son diferentes para cada individuo. La forma de ser y actuar de cada persona es algo estrictamente individual, porque la naturaleza jamás se duplica con total exactitud en las personas o en las circunstancias. En nuestro estado de consciencia individual hay cierta yuxtaposición de elementos que es lo que nos hace a todos y cada uno únicos en nuestra individualidad. Y cuando empezamos gradualmente a encontrar soluciones apropiadas para nuestros problemas kármicos nos damos cuenta que éstas provienen desde dentro de nosotros mismos, es decir, ¡precisamente desde donde surgió nuestro problema! Por ello, la Teosofía afirma que la solución se encuentra invariablemente en el problema mismo y que para llegar a ella sólo basta con analizar el problema correctamente, algo que rara vez hacemos.





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